Era un 42 de mayo, en que los rayos de sol helaban la tierra.
Había una rata muerta nadando en una charca vacía.
Entre en casa, cerré la luz y encendí la puerta.
Colgué el abrigo en la cama y me eché a dormir en la percha.
A media noche oí una voz que me decía:
Cara de poca ventana, sal a la vergüenza
Y dame un vaso de sed que me estoy muriendo de agua.
También me gusta.
Era un clérigo cerbatana largo sólo en el talle. (Quevedo)
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